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jueves, 26 de septiembre de 2013

JULES






Como todas las noches inició el ritual de invocación a las musas para que aparecieran en sus sueños y le ayudaran a continuar con su novela. Las piedras brillaban con una hipnótica fosforescencia lapislázuli que aumentaba de intensidad a medida que avanzaba la noche, cuidadosamente las depositó en la mesilla junto al despertador, el vaso de agua y un montón de papeles manuscritos. 

Estaba cansado pero quería mantenerse despierto un poco más, deseaba sentirse totalmente agotado.  Las palabras de su editor esa mañana retumbaban en su cabeza:  
– Tres meses sin conseguir avanzar en tu novela es un castigo que no merezco; no serás nadie en el mundo literario Jules, eres informal y desordenado. 

Esta será la noche –se dijo–

Rememoraba su primer viaje a Escocia y el inesperado encuentro con un monje en la Abadía de Iona. Un anciano que parecía trastornado murmuraba lenguas incomprensibles con los ojos puestos en blanco. Se detuvo prestando atención al rezo de tan extraño personaje desubicado en el tiempo y en el espacio. Cuando se recuperó de lo que parecía un  trance, le habló de unos fragmentos de roca que llegaron a la Tierra procedentes de un lugar lejano, los guijarros ŝtonoj, le dijo. Aquel hombre de edad indeterminada, con pocos mechones de pelo en la cabeza, totalmente desdentado y mirada demente decía ser el enviado de las estrellas. Aquel hombre se incorporó con una agilidad impropia, le agarró la muñeca derecha y le depositó las tres piedras en su mano, diciéndole: "Debes colocarlas cerca de tu cuerpo, entre uno y dos metros, justo antes de dormir. Su proximidad te dotará de la sabiduría del erudito, la inteligencia del superdotado y la visión del futuro. Pero cuando tu mente recobre la consciencia todo se perderá, los recuerdos serán fugaces y deberás aprovechar para transcribirlos, en muchas ocasiones el tiempo te impedirá reafirmarlos en tu memoria pero la perseverancia te premiará con el éxito" Aquel anciano con túnica azafrán… Cerró los ojos presa del cansancio.

Despertó cinco horas más tarde y se abalanzó sobre los papeles presa de la excitación por los vestigios de sus sueños. Siete interminables minutos más tarde miró al techo, respiró profundamente y sonrió, releyó lo escrito y sentenció:

– He terminado “París en el siglo XX” 


Relato publicado en el periódico A21 en Febrero de 2014


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