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sábado, 22 de agosto de 2015

Carta a Antoine de Saint Exupéry



Libia, desierto del Sahara, 31 de Julio de 1977

Estimado Señor. D. Antoine de Saint Exupéry:

En primer lugar quisiera pedirle disculpas por mi irrupción en su descanso perpetuo  a través de la presente. No tengo la menor duda de que no lamentará dedicarme unos pocos minutos de su eternidad.

Sin más dilación comienzo la historia:
El pasado veintinueve de Junio partí con mi avioneta hacía el desierto del Sahara para realizar un reportaje fotográfico. El viaje, además, tenía una segunda intención más personal, pretendía aislarme completamente del mundo por unos días y así asimilar como es la vida en soledad para poder transcribirlo en mi nuevo proyecto literario.
Y a esa parte me quiero referir.
Treinta días más tarde, una vez terminado el reportaje fotográfico, establecí mi campo base a cincuenta kilómetros de cualquier punto habitado.
Esa misma noche ya había llegado a mí destino con mis pocas pertenencias:  una mochila, una tienda de campaña, tres mantas, mi navaja multiusos, un hornillo y provisiones para siete días.
Una vez colocado todo en su lugar encendí el hornillo, con la intención de disfrutar el momento en compañía de un café.
Comencé a empaparme del silencio y del aislamiento.
El cielo nocturno del desierto es maravilloso. Sin contaminación lumínica, las estrellas, constelaciones y planetas, parecen luces artificiales colocadas sobre un enorme y agujereado manto negro. Quedé hipnotizado por el titilar de las estrellas.
Saboreaba la tranquilidad y mis ojos se cerraban pero… no llegaron a hacerlo. Una estrella se desprendió de su lugar e impactó cerca, provocando un luminoso estruendo y un ligero temblor en el suelo.
Me dirigí al lugar donde las llamas eran más intensas. Mi mente corría más deprisa que mis piernas. Deseaba llegar lo antes posible y ayudar a la gente que hubiese sobrevivido al accidente.
Frené mi carrera en seco. El fuego se extinguió como una vela soplada en un cumpleaños, las estrellas se apagaron, la luna desapareció y la negrura absoluta se adueñó del universo.  Silencio.
Algunos segundos más tarde volvió la normalidad con un invitado: un niño rubio que apareció de ningún sitio. Pasó delante de mí sin siquiera mirarme. Le grité mientras se alejaba y siguió sin hacerme caso. Decidí dirigirme hacía donde se había producido el siniestro esperando encontrar trozos esparcidos de una avioneta, pero cuando creí llegar al lugar del impacto no había rastro de aeronave ni de supervivientes ni nada que perturbará la soledad de las dunas del desierto.
Volví corriendo hacia el campamento recordando al niño rubio. Debería haberlo adelantado pero el camino estaba tan despejado como antes.
Al llegar al campamento todo seguía igual, bueno para ser exactos el café se había derramado y el hornillo se había apagado. Entré en la tienda y verifiqué que el equipo fotográfico estaba en su lugar, así como el resto de enseres.
Salí de la tienda gritando como un poseso al niño ausente.
Corrí a izquierda y a derecha, al frente y atrás. Ni rastro del mocoso.
Decidí tranquilizarme.
El frío empezaba a introducirse en los huesos y volví a la tienda.
Reflexioné. No era capaz de entender que había pasado.
—¿Me habré quedado dormido y esto ha sido un sueño? No, claro que no.

Abrí los ojos. Me sentía observado. Todo estaba oscuro pero apreciaba una leve respiración cerca, muy cerca. Una voz me sobresaltó aún más si cabe
—No te asustes, soy yo, el niño.
—Pero…—quise incorporarme pero una de sus manitas se apoyó en mi pecho.
—Por favor no te levantes, no tengo tiempo y necesito que me escuches.
Su voz suave sonaba imperiosa y a la vez amable obligándome a obedecerle sin esfuerzo alguno.
—Cuando despiertes debes enviarle una carta y contarle que me has encontrado… que te has encontrado.
—¿A quién? ¿De qué estás hablando? ¿Encontrarte, encontrarme…?

Me incorporé entre sudores fríos y jadeos. Me froté los ojos y me tranquilizó ver que estaba en la tienda recibiendo las primeras luces del día, en silencio y solo. ¿Solo?
Al lado de mi almohada tenía un ejemplar de “El Principito” y una nota escrita que decía: “El Principito soy yo”… era mi letra.


Un saludo afectuoso de su niño.

8 comentarios:

  1. Interesante, la soledad lo llevó a encontrar su niño.

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  2. Mucha sensiblidad en el relato José a pesar que la lectura obligada en el colegio me hizo alejarme del personaje, el tiempo pone todo en su sitio como al aviador.

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    1. Gracias por leerlo Luis y por dejar tu opinión. Yo también lo leí (obligado) en el colegio pero quedó un poso, que salió a la luz después de leer "Principito debe morir" de la gaditana Carmen Moreno y esto fue lo que me salió.

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  3. Creo que todos leimos este gran libro y a todos, o a muchos nos marcó ( o solo a mi, no se)
    Todos deveríais cojer vuestra avioneta y plantar vuestra tienda de campaña a 50 kilómetros de cualquier lugar habitado.

    Conoceis a vuestros amigos, hijos, parejas, compañeros, colegas hasta conoceis a vuestros enemigos....mas os conoceis a vosotros mismos????

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    1. Está claro, no nos conocemos. Gracias por leerlo y opinar. Bona nit

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  4. me encanto mucho, cada palabra que lei me emocionaba al saber que el habia visto al principito ..
    es un gran libro te enseña muchas cosas .. no olvidar quien eres..

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  5. Hasta a mí, que no tuve la fortuna o la desgracia de leer ése libro, me ha emocionado.

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