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sábado, 28 de noviembre de 2015

El Puente. Autor Vicente Hernandiz López. Accesit II Concurso Relatos Cortos. Ciencia Ficción



El bosque que había frente a la maltrecha granja, en la que Gregor vivía, era frondoso pero con escasa caza. Los cultivos que iniciaba, en el terreno circundante a la casa, tampoco llegaban a cubrir parte de las necesidades alimentarias que precisaba; pero no había más. En los diseminados núcleos de población las dificultades todavía eran mayores, aunque pocos se atrevían a vivir como él lo hacía: solo, y a más de 20 millas del poblado de su antiguo grupo, llamémosle, militar.
En el lateral del bosque había un puente que atravesaba un río; cauce que serpenteaba por el valle y se adentraba entre la densa arboleda.
El día había amanecido nublado, y la lluvia, caso de producirse, imposibilitaría la caza y la parca recolecta de frutos silvestres. Esta circunstancia hacía determinante salir sin dilación; la despensa de Gregor estaba casi vacía y lo que había plantado todavía tardaría un par de semanas en ser comestible y poderse recoger para su almacenamiento.
Nada más adentrarse en el bosque, los gritos de una mujer le alertaron. Su entrenamiento militar no tardó en aflorar. Tomó una gruesa rama y fue directo hacia donde sonaban las voces demandando auxilio.
En escasos minutos había neutralizado a los dos asaltantes.
La joven atacada, de poco más de veinte años, lo miró y, medio sentada como estaba, retrocedió.
—¡Era preciso matarlos! —exclamó ella con lágrimas en los ojos y furor en su mirada.
—Desde luego. Eran merodeadores —concluyó Gregor.
—Y eso le da derecho a matar.
—Después de haberla violado y, cuanto menos, esclavizado, hubieran acechado la casa esperando sorprenderme —matizó, tratando de razonar.
—¡No me toque! Y guarde sus excusas para el “sheriff”.
—¿Qué…? —preguntó Gregor, casi exclamando y con asombro —. Sé, por mis padres, que antes del holocausto era quien guardaba el orden, pero de eso hace más de cincuenta años. Ya no hay “sheriff” —concluyó.
—¿Qué holocausto…? ¿De qué habla? Yo vivo al otro lado del puente, estamos en “Iowa” y en Estados Unidos no ha habido ningún holocausto —explicó la joven con indignación—. Llamaré al “sheriff” desde mi casa y él se encargará de todo.
Gregor se limitó a mirarla con indiferencia. Como ella, no entendía nada, pero calló y la siguió.
La joven, nada más cruzar el puente se quedó parada, cayó de rodillas y rompió a llorar.
—¡Está destrozada, Dios mío, está destrozada! —musitó entre lágrimas y sollozos—. ¿Qué ha pasado? Son las tierras de mis padres, pero no las conozco. Está todo destartalado y mortecino. Allí teníamos vacas, y en esa zona un cercado con aves de corral —dijo, señalando.
—No entiendo nada, señorita, ahí sólo vivo yo, y el entorno lleva muchos años en las mismas condiciones —dijo Gregor, refiriéndose a la desvencijada casa que había frente a ellos—. Y el lugar más cercano dónde se administra la ley está a muchas millas de aquí —comentó con gran condescendencia—. Si no sabe a dónde ir, tiene mi casa a su disposición —se ofreció—. La patrulla de rurales pasará en dos o tres días. Puede explicarles lo que ha ocurrido. Pero debo indicarle que, a quien se le atrapa saqueando o violando, es colgado de inmediato. No hay cárceles como antaño. La sociedad de antes ya no existe; aunque yo no la he conocido, nací después de la guerra nuclear.
—¿Qué guerra? ¡Nunca ha habido una guerra de ese tipo! —expuso, levantando la voz.
 —En 1962, la Unión Soviética instaló armas nucleares en Cuba. El presidente Kennedy trató de evitarlo pero algo debió de fallar. Una mañana de octubre, los misiles nucleares volaron en todas las direcciones. Mis padres nunca lograron narrarme con detalle el horror que se produjo. Siempre que lo recordaban rompían a llorar —explicó Gregor, manteniendo su aparente calma. Tenía la convicción de que a la joven le ocurría algo, pero no sabía el qué.
—Es cierto que se instalaron misiles en Cuba, pero Kennedy presionó para que se desmantelaran —indicó la joven, corrigiendo la afirmación de su interlocutor—. ¿Tiene un móvil? —preguntó, aunque, más bien, era una demanda.
—¿Un qué?
—Un teléfono móvil —volvió a solicitar—, o uno fijo; llamaré a las autoridades —recalcó. 
—Está claro que le ha sucedido algo, pero si no se adviene a razones será imposible que le ayude. Debo de cazar algo antes de que llueva. Puede estar cayendo agua durante dos o tres días y no tengo comida para tanto. Si quiere puede acompañarme, regresaremos al anochecer; es peligroso que se quede sola, y de mi no debe temer —trató de explicar Gregor, señalando hacía el bosque—. Y Kennedy murió en el primer ataque. Washington quedó devastada.
—¿Qué está pasando? Dígame, ¿qué está pasando? —repitió, enjugándose las lágrimas —. ¿En qué año estamos? —preguntó, tratando de centrarse.
—Creo que en el 2015. No estoy muy seguro. ¿Por qué lo pregunta?
—He tenido un terrible presentimiento —dijo ella, aparentando serenarse—. Cruzando el puente atravesé una ligera neblina. Pensé que era fruto de la mañana, pero al ir saliendo de ella me sobrevino un escalofrío, tuve una extraña sensación, algo así como si no estuviera donde debiera estar.
—¿Y qué tiene eso que ver con su pregunta?
—La historia ha cambiado. De donde vengo no ha habido guerras nucleares, y a Kennedy lo mataron en Dallas; era noviembre del 63.

Después de este último comentario ambos intercambiaron aspectos de sus respectivas realidades. Gregor era quien más le costaba digerir lo que ella le proponía como realidad vivida; nunca había oído hablar de ciencia ficción o de líneas temporales alternativas. Keira —nombre de la joven— tampoco entendía qué había ocurrido, pero formulaba hipótesis y comenzaba a tener claro que estaba viviendo en un entorno en el que la historia se había reescrito en octubre del 62.

Transcurridos varios meses, acercándose todas las mañanas al puente esperando ver de nuevo la niebla, todo seguía igual. Keira había encontrado en Gregor comprensión, cariño y un refugio, algo muy preciso para acomodarse a su nueva realidad.
Gregor, sin apenas percatarse, fue cerrando en trono a ella un vínculo de amor que no deseaba que surgiera. No quería atarse, ni padecer lo que sus padres tuvieron que sufrir. El entorno en el que vivía era duro y peligroso.

Dos años después, Gregor, al saber que ella se había quedado embarazada, tomó la decisión, sin apelación alguna, de ir a vivir al núcleo urbano donde se impartía la ley y era la sede da las patrullas de rurales; sus antiguos compañeros. Temía que Keira pudiera ser atacada cuando él salía a cazar; y, sobre todo, por el riesgo que el parto suponía. Donde se dirigían había parteras.
La mañana que iniciaron la marcha, nada más encarar el puente, una fina niebla los envolvió. Gregor notó como si la mano de Keira se desvaneciera de entre las suyas, y al llegar al otro lado del puente, y salir de la niebla, Keira ya no estaba; había desaparecido.


 Gregor jamás dejó, cada mañana, de acercarse al puente. Nunca perdió la esperanza de volver a notar de nuevo esa extraña niebla, y, saliendo de ella, ver como su amada tornaba a su lado.

domingo, 8 de noviembre de 2015

IMPERIO Autor: Luís Antonio Santana Gamaza. Ganador del II Concurso de Relatos Cortos Ciencia Ficción. Ucronía




“Las consecuencias de adherirse demasiado estrechamente a un pasado inventado o distorsionado pueden llevar con facilidad al desastre“.
John Elliot

“Un solo hombre puede cambiar el destino de la humanidad”. Lema de “El Ángel exterminador” atribuida a los anarquistas. 

 Si lee esto y las cosas no son como las cuento es posible que usted no exista.
Podría seguir viajando de una Sincronía a otra y no morir nunca  pero me quedé en esta. Supongo que O´Conor tuvo mucho que ver. Él es nativo; un irlandés de pura sangre nacido y criado en este Instante y por tanto el traslado es inviable. Lo reclutaron al mismo tiempo que yo arribé, nos emparejaron en los habituales grupos de trabajo: dirección  y ejecución; puedo afirmar que es el mejor ejecutor que he conocido, también el mejor amante. No podría desprenderme del viejo irlandés nunca.
 Algunos compañeros entrañables dejaran de estar en mi cabeza pronto: Lázaro en Jerusalén, Dari en escocia o mi mentor Petrónio en Bizancio: su cuerpo descansará por siempre a los pies de Santa Sofía victima del Ángel.
Los recuerdos de todos ellos se borraran en mi cerebro de manera difusa, una mañana despertaré en brazos de O´conor y ya no significaran nada para mi. Tan solo la causa, eso nunca se olvida.
 Una vez oí que el imperio se descompuso. Contaron, en aquel remoto lugar perdido en un futuro incierto, que todo empezó cuando José I de España murió exiliado en los estados del Norte de la Unión Norteamericana, el pobre José no fue aceptado por los españoles, triste y melancólico terminó sus días en aquellas tierras como un extraño hacendado, un francés curioso y nuestra graciosa majestad doña Zenaïde Laetitia Julie Bonaparte no pasó de ser una joven exótica casadera de algún político de Washington, con el tiempo los Estados del Sur, La Comunión Real,  iniciaron una guerra sin Rey  por que Fernando VII hacía mucho que descansaba en los infiernos y sus descendientes gobernaron España hacia el desastre…¿ocurrió? Tal vez sea un sueño de Arquitecto, un error en la matriz de la Sincronía puesto que lo recuerdo, a efectos prácticos no solo no me interesa, tampoco ha existido ni lo hará; seríamos poco eficaces entonces.
Recibía las consignas y las cumplía, eso era antes, ahora no, O´conor y yo trabajamos por libre, parece que no les importa.
El Ángel Exterminador nos seguía muy de cerca, el legado del Santo Oficio y su brazo sicario, esto es,  traducido, las fuerzas ocultas que mueven el otro lado del mundo. Sabedores de la Sincronía y cuyos designios desconocemos, es el enemigo, es el mal, no necesitamos saber más. El mundo se nos quedaba pequeño cuando recibimos una consigna que nos envió al Sur de Europa.
“El Imperio es grande, Europa vieja, Sevilla inmutable”
La Capital administrativa del Reinado Universal  se desgastaba en perpetua decadencia como antes de marcharme. Las cafeterías cerraban muy tarde y las calles bullían de gentes de un lado a otro de la Sierpes engalanada a sus flancos con banderas imperiales con motivo de la Exposición Universal. Criollos bravucones se pavoneaban vestidos de lino blanco y lazo al cuello, la cartera rebosante y una escasa vergüenza ante el paso de una dama sin compañía. Tenía la cabeza demasiado atorada de responsabilidades como para preocuparme por eso.
 La policía patrullaba a caballo, los niños acariciaban  las bestias bajo la mirada paternalista de los agentes, algunas palomas buscaban un hueco que las protegiera del calor, los mayores se asomaban a las puertas de las tabernas con los vasos de vino en la mano, un regreso al pasado, la ciudad donde se administra la economía de un imperio allá donde  no se pone el sol se mantenía congelada en el siglo pasado y a todos les parecía bien. En poco tiempo la pujante Buenos aires le tomará el relevo y esta ciudad quedará como santuario de una gloria pasada. La Avenida Bonaparte es un embudo donde confluyen carruajes y vehículos de locomoción ligera, el tranvía es un toro de acero que todos esquivan, el calor es insoportable, abro el parasol, ridículo pero útil, con la cara tapada entre encajes me abro paso hasta llegar a la catedral y su imponente torre. Después de tanto y aún sabiendo su verdadera historia me sigue encogiendo el corazón.
 La casa de Indias es un venerable museo, antigua lonja de pescaderos, estudio de pintura de Murillo, cerebro de todo lo que se marchó, administrador de lo que vino, más parecido a un templo que a otra cosa. Un pequeño jardín a la entrada hace de recepción natural. Flanqueado por estatuas de mastines, leones y águilas imperiales se encontraba el hombre sentado en un banco de mármol.
-¿Sorprendida?- el Gobernador de Cuba es alto, una abultada cabeza tolteca o más bien vasca tocada con  bombín, gafas minúsculas apoyadas en una nariz ganchuda, piel de cobre en sus manos y bastón de nácar. Un hombre atractivo, rebosante de carisma…un rebelde.
-No mucho más que usted gobernador al tener una mujer delante.
- Querida dama es cierto que esperaba a un caballero pero no me juzgue de esa manera fugaz, soy un hombre de mente abierta, un liberal como llaman por acá.
Tomé asiento y hablamos de lo que teníamos que hablar.
- De la Cierva,- hizo hincapié en el apellido como si mi presencia no significara nada tan solo mis antepasados, ficticios por otra parte.
Se gana la vida como doble agente desde siempre, es muy consecuente que si la corte llega a enterarse se verá en un pelotón de fusilamiento y aún así decide seguir en esta tierra de nadie ¿le compensa el dinero que ganará en esta operación? O puede que sea una amante del riesgo, como del opio ¿no es más cierto? Algo de lo cual no pude prescindir.
El ruido de los carruajes por entre la calle empedrada nos hizo callar, los visitantes de camino a la Gran Exposición Iberoamericana corrieron para agolparse a las puertas del Hotel Regina, a pocos metros la guardia Real formaba una barrera infranqueable. Inicié la negociación no disponía de mucho tiempo.
-Tengo un nombre que me vuela en la cabeza. El nombre de un buque de guerra.
-¿Qué quiere saber?, ¿Qué gana usted en todo esto?
-Se prepara una atentado por parte de los Norte americanos, quieren achacar el incidente a la Corona. Queremos saber cuando para poder evitarlo. No gano nada excelencia, queremos evitar muertes innecesarias, una guerra fraticida.
-Lo que quieren evitar es la pérdida de las posesiones en ultramar, las colonias. ¿Es consciente con quien habla? Se le ocurre proponerme eso a mí, un rebelde.
-Nos estamos haciendo demasiadas preguntas y no concretamos. De todas las maneras le haré la última y definitiva ¿que clase de amo prefiere que le azote con el látigo? Los norte americanos no se marcharan, me consta, quieren la isla para ellos.
-Igual que ustedes.
Mientras hablo con este hombre soy capaz de dividir mis pensamientos. Si él no acepta es fácil imaginar como se desarrollaran los hechos. Estoy entrenada para tal fin. La Unión Norteamericana está controlada por el Ángel Exterminador, se harán con la isla, estando el Imperio debilitado por las guerras euroasiáticas le costara iniciar una nueva batalla en el pacifico y si es así la perderá. En pocos lustros el Imperio se desangrará con el apoyo de las provincias americanas envueltas en un falso tufo de libertad para convertirse en estados vasallos. Incluso si el gobernador acepta la amenaza seguirá siendo viable por eso necesitamos establecer contacto con la Royal Commnunion, pero esa es otra historia, para la que se tendrán que mover tantos hilos que se me pierde en la cabeza, imaginar un matrimonio Borbón / Bonaparte me causa vértigo.
-¡Maldita sea no lo entiende! Ya la tenemos ¡es parte del Imperio! Luchen por  sus libertades, es lo que deseamos. ¡Me dedico a eso por todos los demonios!
Señor usted no sabe como se mueven los hilos. Somos peones de intereses muy elevados que casi desconocemos, esta es una guerra secreta, el mundo se divide en dos bandos y tiene que tomar partido por el bando adecuado.
-Que patrañas me esta contando. Creí que intercambiaría información con una confidente no con una desequilibrada.
- Si acepta obtendrá más detalles y dejará de pensar que esto es una fantasía.
- Una organización libre ¿Cómo de libre? ¿Acaso no son súbditos de la corona? ¿De los Británicos o de los Eslavos? Siempre hay un jefe señora.
-Mire allí. Justo en las puertas del Hotel Regina donde se arremolina la multitud para ver al Rey, en la balaustrada hay un hombre vestido a la inglesa.- le hice una señal a O´Conor, este abrió el gabán  para mostrar el arma, desconocida para todo el mundo salvo por la organización: disponía de mira, recarga automática y un silenciador, pese a lo extraño de la misma el gobernador no pudo obviar de lo que se trataba. O´Conor apuntó justo cuando el Rey saludaba al salir. Un trozo de piedra salió disparado de la balaustrada del portal a escasos centímetros de la cabeza del monarca, nadie se percató de lo sucedido salvo nosotros y por supuesto O´Conor que sonreía tras las gafas ahumadas. Este truco del arma fuera de tiempo nunca falla. El gobernador se encontraba rendido a mis pies.
-Si les cuento lo que sé me mataran. Los peones no les sirven una vez sacrificados.
-Pero usted, Gobernador, no es un peón cualquiera y su hijo menos aún.-.El rostro de aquel hombre quedó transfigurado en una mascara horrible.
-¿Qué ocurre con mi hijo? El está fuera de cualquier trama política, de las guerras, de todo esto.
-¿Pretende engañarme? Lo entiendo ¿Qué no haría un padre por su hijo? Él  controla la insurgencias de las provincias. Es joven pero noble y su causa no es tan injusta como pueda parecernos.
Tiene que convencerlo, retornarlo al Imperio. Luchar contra los designios de los anglos y los eslavos, que también son victimas.- Recé para que el Ángel Exterminador no hubiera contactado con el joven antes que nosotros.
- No querrá.
- Sé que su propia vida poco le importa. Piense en él.
El gobernador se puso de pie dándome la espalda y en susurros se le escapó la confidencia.
- El buque se llama Maine, 15 de febrero de este mismo año, puerto de la Habana y que Dios me perdone. Con respecto al otro “asunto” no le aseguro nada.
-Le estaremos observando Gobernador.
-No puedo decir que halla sido un placer señora De la Cierva.
-No lo pretendía. Conocer la verdad no es plato de buen gusto. Por mi parte si lo ha sido señor de Bolivar. Marche con Dios.
El hombre agarró con fuerza la bola de nácar del bastón. Su cuerpo quedó enmarcado por el Arco del Postigo más allá de este un enmarañado de callejuelas se tragaban a los viandantes.
El Manila  se resigna a dejarse llevar en volandas por sus velas, deja una estela blanca de espuma tras nosotros, el malecón se deshace en el horizonte, el Caribe empieza a parecernos pacifico fuera ya de la ruta de los contrabandistas…sigo oliendo a azahar.
La Royal Communion se nos presenta extraña después del liberalismo del Imperio; un regreso a las haciendas, los caciques y la esclavitud, mansiones blancas y campos de algodón.
 La sonrisa candorosa de O´Conor se escapa bajo el ala del sombrero de copa corta mientras escribo, cada vez estoy más convencida de mi última elección. Soy mortal y de esta Sincronía, así acabaré mis días.
Salvamos al imperio otra vez y no será la última; el Ángel que mata no descansa. Nos esperan los estados del Sur y una reina por enamorar.