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martes, 12 de abril de 2016

CHINA





La noche le relaja, pero no tanto como para desatender la conducción de su megacamión. Sonríe. La entrega de los hubots en la base de lanzamiento espacial de Bayer, en Gibraltar, ha sido realizada sin demoras.

Jos recuerda cuando le encargaron el trabajo.
Su amigo de correrías de la adolescencia, Walhamm, contactó con él después de muchos años sin relación. Le contó que trabajaba en la multinacional Bayer, en la división Moonbot, que se dedicaba a la fabricación de robots para el trabajo en el exterior del planeta y concretamente en la extracción de regolito en la Luna. Walhamm le encargó el transporte de doscientas unidades de hubots desde Barcelona a Gibraltar. Un trabajo bien remunerado que le permitiría una cierta estabilidad económica en los próximos meses.
Como agradecimiento personal, Walhamm le regaló un pendrive.
Jos, este regalo es por los viejos tiempos. No lo conectes hasta que estés de vuelta. —Sonríe pícaramente. Esa sonrisa que bien conocía Jos.
Jos guardó el pendrive en su bolsillo y se despidió de su amigo.

Ha llegado el momento. Jos conecta el pendrive y la holopantalla se despliega. Walhamm sale en primer plano:
—Hola amigo, este regalo servirá para relajarte. Te lo mereces por tu trabajo bien hecho. Es una entrada al Club XXX en Zaragoza. Además, participarás en el sorteo para tirarte a China, la hubot sexual más deseada de Europa. —Un código aparece en pantalla—. Debes escanear el código con tu teléfono móvil. Por los viejos tiempos, Jos. —Walhamm, se despide guiñando un ojo.

Jos sigue absorto en la conducción. Cuando reacciona, inicia un monólogo.
—¡Mierda! La madre que te parió, Walhamm. No debo ir.
Respira profundamente y sigue reflexionando.
—Pero, una canita al aire con autocontrol no me vendría mal.
Intenta dispersar la idea observando la foto de su mujer e hijos que tiene en la cabina.
—La tentación es fuerte, pero la venceré —dice para sí.

Horas más tarde, llega a Zaragoza, al parking automático del Club XXX. Baja del megacamión y se dirige a la entrada mientras su vehículo desaparece hacia el hangar del aparcamiento.

En la puerta de acceso, los porteros golpean a un muchacho.
Jos sigue su camino. Uno de los gorilas de la entrada le bloquea el paso.
—Aquí solo se accede con invitación —dice poniendo la mano en su pecho.
Jos observa como la mano izquierda del tipo comienza a cerrarse hasta convertirse en un mazo.
—La invitación está en mi móvil. —balbucea mientras lo saca de su bolsillo.
El gorila le arranca el móvil de sus manos y lo acerca a un cuadrado de la pared. El cuadrado se ilumina de color verde. La cara del gorila muestra un simulacro de sonrisa.
—Mil disculpas, señor Jos. Puede pasar. Que disfrute de la visita.
El tipo se aparta cediéndole el paso y, a su vez, le libera de la presión en el pecho.
La puerta se abre sola y asoma un hubot que parece hecho a retales con una bandeja.
—Hola Jos. Tu invitación incluye estas ampollas y pastillas. —Los sensores del hubot detectan un cambio en las facciones de Jos y reacciona —No te preocupes, están numeradas y controladas; no están adulteradas. Feliz estancia y suerte.
Jos se guarda, las tres ampollas y las tres pastillas en el bolsillo,
Con el rostro serio comienza a bajar la rampa. El calor y el hedor que le llega le hace pensar en la bajada al infierno.
El pasadizo cambia su luz blanca y brillante, por una más tenue a media que desciende de nivel. La música machacona ya es atronadora. Las luces de colores y el humo aparecen al fondo. Jos comienza a sudar. Sus ojos le pican y se enrojecen. Se toma la primera ampolla junto a la primera pastilla.
Cruza la pista dirigiéndose a la barra.
Sin mirar a nadie, pone su dedo índice en la pantalla de la barra y solicita su bebida. Inmediatamente aparece una mujer semi desnuda con un vaso en una de sus manos. Su piel brilla. Sus pechos tienen una especie de cazoletas, que cubren los pezones, de color rojo fosforescente. Sus labios son verdes, como su pelo, y su sexo está rodeado de una carcasa anti violación sujeta a la cintura. Se contonea sensualmente y su voz es dulce y directa al cerebro.
—Hola Jos, aquí tienes tu copa —dice mientras se acerca hasta no dejar distancia entre ambos—. Si no tienes fortuna en el sorteo yo te lo hago gratis y “natural”. —Mientras le susurra en el oído, le soba el pene por encima del pantalón. La chica se separa ligeramente y le da un beso en los labios, intercambiando fluidos.
Se aleja. Jos mira su culo. La chica, las pastillas, las ampollas o las tres cosas juntas le han provocado una erección que amenaza con perforar sus pantalones. La testosterona alcanza niveles demasiado altos. Bebe la copa de un trago y se va al baño a masturbarse.

Algo aliviado, se toma otra ampolla y otra pastilla.
Regresa a la pista justo en el momento en el que la música deja de sonar y un tipo feo, gordo y calvo, sube a la tarima central y coge el micro.
—Estimados señores. Es un placer para mi club presentaros a China.
Aplausos y silbidos reciben a una estilizada y curvilínea chica que aparece tras los focos. Su contoneo es simétrico y acompasado, felino. Su cara aniñada, con ligeros rasgos orientales. Su pelo rubio brillante, media melena. Sus pechos redondeados, ligeramente erectos; sus oscuros pezones apuntan hacia delante, desafiantes. Un pequeño slip le cubre el sexo. Al llegar a la altura del calvo se detiene con las piernas ligeramente abiertas, acabadas en unos tacones que parecen unidos a su piel, estilizando aún más su figura.
—Señores, esta es China, —ella levanta los brazos—, el objeto del deseo sexual más brutal de Europa y hoy puede ser para alguno de vosotros. Ir preparando vuestros códigos y suerte.
El tipo se retira ante el clamor de los insultos y aberraciones que sueltan los clientes.

La música vuelve a invadir el ambiente. China comienza a moverse, a bailar. Sus pies parecen no tocar el suelo. Su cadera realiza movimientos imposibles, hacia delante y atrás, hacía derecha e izquierda, rápidos, lentos. Sus ojos brillan y sus labios se redondean como si fuera a recibir las embestidas de un pene.

China se acerca al público. estos gritan como hienas antes del ataque, pero Jos no los oye. 
Algunos de los asistentes no aguantan la carga sexual del espectáculo y sacan su pene buscando donde meterlo. Otros masturban a sus vecinos.
Un tipo se acerca a Jos y le intenta bajar los pantalones. Jos aparta al hombre de un empujón y mira a China. Ella le ha visto y no aparta la mirada de él. Jos, eyacula sin tocarse. La última ampolla y la última pastilla entran en su boca casi sin darse cuenta.

Su móvil se ilumina de color verde y vibra. Un foco rojo tiñe su cuerpo. Se hace el silencio. Es el ganador.
Impulsado por el resorte de los estupefacientes y la excitación, se lanza a la tarima. Se acerca a China y le arranca el slip. La empuja hasta dejarla a cuatro patas. Se baja el pantalón y allí mismo la posee. La música vuelve y la gente regresa a la realidad. Gritan:
—Más fuerte, dale más fuerte.
—Queremos sangre…
Jos, detiene las embestidas al culo de China. Se sube el pantalón y carga con ella en su hombro. Una luz se enciende iluminando un pasadizo señalizando el camino.

La puerta de la habitación está abierta. Jos arroja su carga contra la gran cama. Se arranca la ropa y agarra a China por el pelo llevando su cabeza hasta su pene. China ya sabe lo que va ocurrir y prepara su boca y garganta. Jos embiste con toda su fuerza contra la garganta de China, segundos después se corre.
Insatisfecho, vuelve a empujarla dejándola boca arriba. Le abre las piernas hasta desgarrarlas ligeramente, se tira encima de ella, muerde sus pechos hasta reventarlos y empuja, empuja, empuja…
Jos, hace tiempo que está ausente, un animal inmisericorde ocupa su carcasa humana.
La pierna izquierda de China cruje por las brutales embestidas de Jos. China no se queja, asume su papel y le pide más. Jos repara en ello y tira de la pierna para voltearla. Su miembro enhiesto ensarta el culo de la hubot y Jos empuja, empuja, empuja.
China enrojece, sus labios se amoratan, sus oídos y nariz supuran un líquido verde que también aflora en su entrepierna. Jos vuelve a eyacular y aparta a China con toda su fuerza, estrellándola contra la pared. La cabeza de la hubot cruje y sus ojos se cierran. Jos detiene su furia y mira a China, tendida en el suelo en una posición imposible, con las piernas muy abiertas, rígidas.
El animal se marcha y Jos regresa. Como si acabará de aparecer en la habitación, mira a su alrededor. La cama, el suelo y la pared están llenas del líquido verde que rezuma de China. Él también esta pringado.
—¿Qué he hecho? —Jos se agarra la cabeza y se arrodilla.
Se incorpora. Recoge los restos de sus ropas. No puede apartar la mirada de China. Lo que queda de su juguete roto. “Eso es. El juguete se ha roto. Es una máquina”, se dice mientras sale corriendo de la habitación.

Su megacamión le espera. Arranca y entra en el túnel de la autopista. Jos sigue llorando.
—¡Ella es una máquina! —grita mientras gira el volante violentamente hasta golpear contra la pared.


El dueño del club entra en la habitación de China. Sonríe.
—Ese hijo de puta se lo ha pasado en grande —dice, mientras se agacha para valorar los daños del hubot. Saca su móvil del bolsillo y lo dirige a su boca
—¡Recuperación de hubots! —dice.
Unos segundos más tarde, el contacto se produce.
—Enviamos una unidad de recogida.


Alex sabe que hoy irá a dormir tarde. En la camilla del laboratorio, el servicio de recogida ha depositado un hubot para una reparación. Alex aparta ligeramente la sábana y ya no importa el cansancio que arrastra. Vuelve a tener en sus manos a China, la hubot sexual más impresionante jamás fabricada.

Retira completamente la sábana y observa los destrozos de China.
—Pobrecita —dice mientras pulsa en la pantalla de la camilla para escuchar el informe. Aunque no sea necesario.
“Hubot procedente del Club XXX. Precisa cambio de la dermis en su totalidad. Reparaciones en el miembro inferior izquierdo. Reajuste de las articulaciones de la pierna izquierda. Probable cuello roto. Ligeras supuraciones en oídos, nariz, vagina y ano. Precisa complementación de fluidos. No se observa nada más en una primera exploración. Se adjunta back up para su reprogramación en caso de ser necesario”

Los ojos de Alex intentan retener las lágrimas. China está destrozada.
Se dirige a la pared que hay detrás de la camilla y abre dos de los enormes contenedores. Los empuja hasta la camilla. Junto a ésta deposita el maletín de herramientas. Conecta a China con su computadora para monitorizarla.

Alex retira la dermis de las piernas con extremo cuidado hasta que afloran las averías. Afortunadamente la pierna derecha supera los test de movimiento, pero la izquierda no. Separa la pierna y retira la cadera. Del contenedor extrae una articulación y sustituye la dañada. Desde el otro contenedor coge una bolsa con solución acuosa de protección temporal para reforzar la unión. Alex vuelve a unir las partes y realiza el test de movimiento con éxito.
Estira y repone la dermis hasta cubrir todos los desperfectos. Vuelve a introducir la mano en el contenedor para extraer otra bolsa con un líquido transparente. En la etiqueta pone: “Complemento dermis experimental. Grafeno”. Perfora la bolsa y aplica esa especie de silicona en los dos miembros inferiores, desde la cadera hasta los dedos de los pies. Con una segunda bolsa completa la aplicación en el resto del cuerpo.
Ayudado por la grúa que hay encima de la camilla, voltea el cuerpo de China y acaba la aplicación de la dermis experimental.
—Ahora serás más fuerte —dice con rabia.
Con el escalpelo secciona, ligeramente, la nuca de China y extrae el conjunto de discos que forman el cuello. Algunos están rotos y otros desplazados. Cambia el conjunto completo soldándolo a la columna.
 
Varias horas más tarde, Alex admira el cuerpo reparado de China. El chico ha consolidado una admiración por la chica, un cariño… ¿amor?
Solo queda la reprogramación. Desestima el back up. Esta vez utilizará una aplicación desarrollada por él (un prototipo para el ejército). Pulsa la tecla y la transferencia se inicia.

China despierta. Alex la mira con dulzura. Ella se levanta, sonríe. Se dirige hacia su salvador y le coge su cabeza. Con cariño acerca su cara a la de Alex y sus labios se unen. La hubot se separa de Alex y sonríe. Las manos de China siguen en la cabeza de Alex, presionan ligeramente, como si masajearan las sienes de su amor.
Sus manos aprietan hasta que la cabeza explota como la cascara de un huevo.

China sonríe.

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