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sábado, 23 de diciembre de 2017

TEMPUS FUGIT



AL LÍMITE

Una mano aparece entre las sabanas para golpear al despertador. El pobre solo cumplía con su obligación, pero eso no le importa a Esteban, la resaca nubla la razón.
Abre los ojos e intenta recordar cómo y cuándo llegó a su casa, cuánto tiempo lleva durmiendo o con quién estuvo, si es que estuvo con alguien.
Se incorpora para ir al baño y se da cuenta de que las sábanas, están mojadas y huelen mal.
—Joder, me he meado encima.
Se tapa los ojos con las manos y arranca a llorar.
Un par de minutos más tarde, parece que sus ojos se han secado.
Baja las manos y se apoya en el colchón para levantarse, pero se tambalea y vuelve a sentarse en la cama. Esta vez toma mayor impulso y consigue levantarse. Se acerca al baño, apoyándose en las paredes y en el marco de la puerta.
Está seguro de que no va a acertar y decide sentarse en el váter. Cierra los ojos y sonríe.

Volviendo a la habitación tropieza con sus pantalones, se agacha y los recoge. Revisa su billetera y rebusca en su interior, cinco euros todo su capital.
Se viste y vuelve al baño. Se lava la cara. Ante el espejo, recuerda que hoy es el último día para abandonar su casa.
El casero le dio dos meses de tiempo para pagar el alquiler.
Cae en la cuenta de que ese es el tiempo que lleva solo, desde que Esther se marchó.
Dos meses. Dos meses, quince kilos menos, barba larga y desaliñada como nunca, ropa sucia y rota, zapatos roídos como sus calcetines; pero lo peor era su olor.
Se desviste y vuelve al baño a ducharse.
El agua caliente dejó de llegar hace un mes por impago y los recuerdos no se limpian con la ducha de agua fría.

La mañana del 25 de enero, Esteban se dirigía a la comisaria. Volvía de la redada en Trapattoni, la pizzería de los Lorenzo’s, el clan mafioso que proveía de droga a todo Aragón. Estaba orgulloso. Tras un mes infiltrado en el grupo, averiguó que el 24 de enero tendría lugar una reunión de todo el clan en la Trapattoni de Huesca y decidió que ese era el momento de intervenir. Parecía que iba a ser el golpe definitivo a los Lorenzo’s, pero algo salió mal y Lorenzo Santoro escapó.

Al entrar en la comisaria, sus compañeros dejaron sus quehaceres para mirarle.
Esteban observó a los que pudo y esas miradas le atravesaron el corazón.
Dos tipos muy trajeados, se levantaron de sus respectivas sillas y le enseñaron sus placas.
—Hola Esteban, somos de asuntos internos. Estás detenido como sospechoso de facilitar la huida de Santoro. Por favor, acompáñanos.
Y su mundo se derrumbó.

Baja las escaleras, se detiene en la portería y le coge un cigarro al portero. Sale a la calle y fija su vista en un banco del parque que hay frente a su edificio. Enciende el cigarro y, con los ojos cerrados, aspira todo el humo que le permiten sus pulmones. Lo mantiene dentro de ellos, todo el tiempo que puede, para que el intercambio gaseoso con la sangre sea lo más tóxico posible. Esa primera calada provoca una vuelta a la realidad en forma de tos. Cuando la tos se calma, mira el cigarro y lo tira lejos. Al levantarse del banco, ve un periódico en el suelo, lo recoge y se lo lleva para su casa. Tiene que hacer la mochila… aunque no sabe de qué la va a llenar.

En casa, por mucho que busca no encuentra ni un gramo de alcohol, solo botellas vacías. Se llena un vaso de agua y se sienta en la mesa del salón a leer el periódico. Empieza a leer al revés, desde la última página. Se detiene en las páginas de anuncios y contactos. Hace años leía los anuncios de contactos, y gracias a ellos encerró a varios tratantes de mujeres, macarras de mierda y algún pederasta. Hoy se detiene ante la sección laboral, en un anuncio un poco extraño:
“Se busca compañero para viajar en el tiempo. Esto no es un juego. La paga al volver. Te espero en la siguiente dirección: BAR EL VIAJERO, Paseo de los crononautas, S/N. 28690 Brunete. Puedes llevar tus propias armas. La seguridad no está garantizada, solo lo he hecho una vez. Joseph”

Suena el timbre. Esteban se levanta de la silla y la mira, su silla, la silla donde se sentaba a descansar cuando llegaba a casa después de una misión y repasaba sus acciones del día.
Se dirige a la puerta, mochila en mano. No utiliza la mirilla, de sobra sabe quién llama.
La puerta chirría como la de una casa abandonada.
—Hola Esteban.
—Hola Tomás.
Se miran a los ojos sin saber que decir. Tomás intenta romper el silencio
—Siento…
Esteban lo interrumpe.
—No hay nada que sentir Tomás, tú no tienes culpa de nada.
—Esteban, necesito los ingresos del alquiler…
—No te preocupes, Tomás. Lo entiendo. Gracias por todo.
Tomás le entrega un sobre y añade.
—Te devuelvo la fianza de un mes, son quinientos euros, haz buen uso de ellos.
Esteban los rechaza empujando con su mano la de Tomás.
—No seas tonto Esteban, cógelos y vete a Barcelona con tu mujer.
Esteban agarra el sobre y abraza a Tomás. Llorando le da las gracias, coge la mochila y baja las escaleras a toda prisa.


EL ENCUENTRO

Esteban baja del autobús, el 551 de la compañía Cevesa que tanto le costó encontrar en la estación de autobuses de Príncipe Pío. El autobús que se llevó su último euro.
La parada de Brunete está al borde de la carretera. Enfrente hay un supermercado Aldi y detrás de él un pequeño polígono industrial; todo cerrado menos un “chino”.
—Normal, hoy es domingo, dice para sí.
Desestima la posibilidad de preguntar en el “chino” por su destino y emprende la marcha hacia el centro urbano.
Mientras camina, su estómago le recuerda que no ha desayunado. Se detiene ante un grafiteado muro y se quita la mochila de la espalda. Saca el bocadillo y la botella de agua que compró en el tren. Sonríe, quita el papel de aluminio del “bocata” y se lo come mientras observa las casas cercanas.
Una vez saciado, se coloca la mochila y emprende la marcha guiado por un inconfundible olor a torreznos.

Ha llegado a “EL VIAJERO”.
Se dirige al camarero, pero no ya no le hace falta preguntar. Un tipo está sentado en una mesa ante un vaso vacío. Viste un abrigo tres cuartos de color negro, abotonado hasta el cuello, pantalón y deportivas del mismo color. Alza la vista hacia él y se levanta de la silla. Cara aniñada, con barba de pocos días, ojos marrones y pelo negro muy corto. Complexión delgada y estilizada. Parece un maldito Blade Runner de negro.
Se detiene ante él y sin dejar de mirarle a los ojos, habla:
—Acompáñame, Esteban.
Joseph se pone unas gafas negras mientras camina hacia el exterior del bar.
Esteban no puede ni hablar. Le sigue como un cerdito al matadero. Al salir, el tipo se acerca a un BMW negro que está aparcado delante del bar. Abre la puerta del conductor y se mete dentro. Sin pensarlo, Esteban abre la del copiloto y se sienta a su lado.
El coche arranca con potencia, pero sin mucho ruido.
Siguen en silencio mientras el coche circula por las calles del pueblo. Se incorporan a una rotonda y enfilan rumbo a una urbanización. El tipo mira hacia delante, concentrado en la conducción, sin hablar. Una vez llegan a la urbanización, el coche gira bruscamente a la derecha y aumenta la velocidad por el camino de tierra. Joseph sigue mirando al frente, inexpresivo.
El coche frena con firmeza, pero sin brusquedad. Rodeados de polvo en el exterior, el tipo se quita las gafas y habla.
—Esteban, el periódico lo puse en el banco para ti.
Por fin puede vencer el bloqueo y le contesta.
—¿Por qué?, ¿qué quieres de mí? —dice Esteban.
El rostro serio y frío de Joseph muta hacia una leve sonrisa.
—Sabía que vendrías. Tú eres mi pasado y yo soy tu futuro, Esteban.
—Estimado Joseph, todavía no sé qué cojones me ha traído hasta aquí, pero ¿de qué loquero te has escapado? Los viajes en el tiempo no existen.
—Tienes razón Esteban, en tu tiempo no existen en el mío sí, aunque solo se puede viajar al pasado. Yo pertenezco al año 2110 y tu al 2017. Tú no puedes viajar en el tiempo.
Joseph transmite convicción, pero creer en lo increíble es difícil.
—No entiendo nada Joseph. El periódico decía que necesitabas un compañero para viajar en el tiempo… ¿Quién eres y qué quieres de mí? —dice Esteban, con desespero.
—Tu ayuda. No se puede cambiar el pasado, pero si el futuro, tu futuro todavía no existe, aunque yo sea parte de él.
—Tú quieres que me explote la cabeza, Joseph. Esto no es una novela de ciencia ficción.
Joseph se apoya en un hombro de Esteban y dice.
—Es muy complicado y lo vamos a dejar aquí. Te necesito para impedir que un hijo se quede sin padre, para que el disociador molecular cuántico sea realidad en el futuro.
—Pero, ¿cómo cojones quieres que te ayude? No soy nadie ni tengo aptitudes especiales…
Joseph, relaja su rostro, ahora sí, sonríe.
—Serás padre Esteban y yo tu biznieto.

EPÍLOGO

—Doctor Navarro, el disociador está listo. Las pruebas realizadas no garantizan el retorno. No parece que haya la estabilidad suficiente para recomponerte a la vuelta.
—No me preocupa, Joao. Es necesario que vaya para arreglar esa inestabilidad.
Joseph, hemos enviado dos fotones al año 2017 y la simulación de comportamiento del fotón número dos nos permitió acceder al estudio del comportamiento del fotón número uno. El resultado es estimulante pero no nos garantiza el mismo resultado para grupos de partículas más grandes, como los átomos —advierte Joao.
—Dime algo que no sepa Joao. No disponemos de más tiempo.
—De acuerdo Joseph —dice con resignación. —Adhiere a tu cuerpo el emisor del disociador y acciónalo cuando quieras volver. Te dejo solo y ruego por tu vuelta.
Joao da Silva sale del laboratorio hacia su despacho. Está preocupado por su jefe, este no ha aplicado el método científico y se ha saltado todos los protocolos. El primer viaje temporal carece de garantías.
Al abrir la puerta de su despacho, da un paso atrás y suelta un grito.
—¿Qué haces aquí? ¡Pero cómo narices has llegado antes que yo!
Joseph, está sentado en la silla de Joao con los pies en la mesa y una sonrisa pícara.
—No importa, me alegra que lo hayas pensado mejor —dice Joao.
Joseph se levanta, abraza a Joao y añade:

—Todo está arreglado y para siempre.

domingo, 17 de diciembre de 2017

MARS LEISURE CITY





Primera parte. El viaje


—José Flores Pereira, puede embarcar.
La voz de la IA me autoriza a pasar a la lanzadera y acceder cubículo asignado.

Acoplo el casco y lo conecto al traje. Se activan; el control de temperatura y el suministro de oxígeno y líquidos.
Comienza la despresurización del habitáculo.
Se abre la compuerta de acceso a la lanzadera.
Mis ojos se mueven a toda velocidad, no quieren perderse ningún detalle de mi primer viaje a Marte.
Ante mí, un asiento con arneses. Me siento en él y los anclajes se iluminan con colores, solo hay que unirlos a las cintas y se auto ajustan. Una vez asegurado, la esclusa se cierra y el túnel se ilumina. Delante, diez cubículos como el mío, todos ocupados, detrás no tengo visión, pero hay más. El pasaje está completo, cincuenta pasajeros en total.
En menos de un minuto, la lanzadera se detiene ante una burbuja transparente que se abre y un brazo articulado atrapa mí cubículo para alojarlo en su interior.

—Partida en 3… 2… 1… 0.

El despegue desde la estación espacial Alpha en órbita lunar es suave, gradual y silencioso, nada que ver con los que se realizan desde la Tierra, mi estómago lo agradece.

Me dirijo a Marte, donde me detendré por espacio de diez soles. Mi misión localizar los lugares idóneos para edificar una bóveda vacacional para los adinerados ciudadanos terrestres y conseguir los permisos pertinentes de las autoridades locales, para ser refrendados en la Tierra más tarde.
Una estupenda aventura para un geotécnico como yo.
Me encanta mi trabajo. La auto ironía no es mi fuerte.

Se encienden los pilotos que me permiten liberarme del arnés de sujeción para el despegue y mantengo el resto para evitar que la ausencia de gravedad me levante de mi asiento.

Recibo una inyección en mi brazo izquierdo y el líquido adormecedor penetra en mi corriente sanguínea. En unas horas dormiré durante gran parte del viaje.
Reviso las conexiones del suministro de líquidos. Todo correcto.

Me conecto a la red, desde mi visor, para visualizar el resumen sobre el que he de trabajar, “Investigación geotécnica en los proyectos de edificaciones”:

“Red conectada”.
“Archivo. Viaje a Marte, preguntas frecuentes”
Descarto el archivo cerrando los dos ojos. Lo he leído cinco veces en la sala de espera al embarque.
Aparece mi escritorio.
Mis ojos se mueven hasta la carpeta adecuada. La carpeta se abre después de un parpadeo. Fijo la vista en el archivo que necesito y vuelvo a parpadear.

Se despliega el menú solicitado.

1. Introducción: Link a información completa
Proyecto Mars Leisure City. Creación de una ciudad abovedada en la superficie marciana, solicitada por, ISB corp., Interplanetary Structures and Buildings.

2. Descripción del Proyecto: Link a información completa
Ciudad para el uso vacacional y turístico de lujo.
Tipo de edificación con blindaje anti radiación de escudo electrostático desplegable.
-          Exterior de doble capa de grafeno y regolito marciano.
-          Interior de acero en zonas comunes. Resto, materiales que se adecuen al escenario que se quiera imitar. 
-          La altura de la edificación según máxima legal. Máxima profundidad técnicamente posible. La extensión en plantas, la descripción de características arquitectónicas y estructurales vendrá determinada por el Informe Geotécnico final.

3. Metodología: Link a información completa
Investigación de campo, laboratorio, fuentes de información, procesamiento de datos y métodos de análisis.

4. Ensayos de Campo: Link a información completa
Procedimientos para realizar la investigación de campo, equipos utilizados, normativa local, número de sondeos a efectuar, profundidad de los mismos y cantidad de muestras obtenidas para el cumplimiento de los objetivos de la investigación geotécnica.

5. Ensayos de Laboratorio: Link a información completa
Las muestras obtenidas serán procesadas en el Laboratorio Central, con la finalidad de obtener parámetros que serán utilizados por el ingeniero geotécnico para analizar el comportamiento del terreno y plantear soluciones al sistema «suelo-fundación».

Voy directamente al punto tres. Vuelvo a parpadear y el link se abre.

Demasiado aburrido. Me duermo.


En el visor aparecen mis constantes, todo correcto salvo el hambre que mi estómago se encarga de reclamar. ¡Vaya! El visor me informa de que han transcurrido treinta y ocho días de viaje. Me recomienda que coma y vuelva a inyectarme Dormidina.

Me administro los complejos alimenticios. Espero que en pocos minutos desaparezca la molestia estomacal o tendré que inyectarme más porquerías.

Como me gustaría poder comunicarme con la Tierra y conversar con alguien. Por lo menos, podrían inventar las cabinas dobles. En realidad, hace tiempo leí que técnicamente es posible, pero los psicólogos recomiendan cabinas individuales para evitar discrepancias irresolubles en espacios tan pequeños y viajes tan largos.
El entretenimiento en este viaje es prácticamente nulo, la compañía no los introduce como opción ya que la mayor parte del pasaje va dormida.

Me inyecto la Dormidina en una cantidad más alta que la anterior para que el resto del viaje sea en animación suspendida.
Dispongo de unas horas hasta que me haga efecto.
Desconecto el visor de la red y rebusco en la mochila. Al hacerlo mi mano tropieza con el libro, un libro de verdad, Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, rescatado en mi última visita a mi bisabuelo en la Tierra.

Mi bisabuelo me había advertido de que la descripción de Marte era extraña e irreal (¡está publicado en 1950!), que había sido escrita con conocimientos científicos nulos y que lo interesante era el mensaje que Bradbury transmitía en cada relato.
A pesar del tratamiento antifungicida y del reforzamiento del papel, el tiempo no perdona y algunas hojas están como roídas por un animalillo hambriento.

Nunca había leído un libro de forma directa. Mis ojos se entretienen repasando las líneas de las letras; rectas, curvas. Algunas palabras han desaparecido ligeramente pasando de negro a gris muy suave y se han de adivinar. El contacto con las hojas debe ser aterciopelado, oloroso, un olor que no puedo apreciar por culpa del traje espacial. Me va a costar adaptarme. Mis dedos vuelven a leer esas palabras, ellos me ayudan deteniéndose el tiempo preciso, deslizándose entre palabra y palabra.

“El verano del cohete”, luego “Ylla”, “Noche de verano” … parte de un precioso poema, que leo tres veces para memorizarlo. Es precioso

        Avanza envuelta en belleza como la noche
        de regiones sin nubes y cielos estrellados;
        y todo lo mejor de lo oscuro y lo brillante
        se une en su rostro y sus ojos...

Bradbury maneja el lenguaje de forma magistral estimulando las redes neuronales adecuadas. Los bisabuelos siempre tienen razón.

Sigo con “Los hombres de la Tierra” y “La tercera expedición”
Vuelvo a leer esta historia, es alarmante e inquietante. Dejo de mirar el libro y repaso la historia en mi cerebro

“Llega la tercera expedición de hombres a Marte, comandada por John Black, de ochenta años. Los marcianos ya están preparados para recibir a los terrestres y los esperan en un típico pueblo norteamericano habitado por sus seres queridos (padres, abuelos, hermanos) muertos. Los astronautas aceptan esta maravilla y se separan para visitar a sus familiares. Sin embargo, el capitán se da cuenta de que los marcianos han usado sus memorias y deseos para reconstruir su infancia y que en realidad los que están con ellos no son sus seres amados sino marcianos con su apariencia. Finalmente, todos los hombres de la expedición son asesinados por la noche. A la mañana siguiente dieciséis ataúdes son enterrados entre los llantos de las personas del pueblo”.

Cierro el libro y reflexiono. ¿Y si la vida es una ilusión?, ¿y si alguien se diera cuenta?,

En ese momento desaparece el libro de mis manos, desaparece el asiento, la nave, las estrellas, el espacio… todo tiende al negro, al vacío, a la caída sin fin, o al ascenso…
La gravedad me estira, me comprime, me expande… mi cuerpo desaparece, o desaparecen mis ojos, mis oídos…

—Iniciando maniobras de aproximación.


Segunda parte. Recibimiento

—¿Señor Pereira?
Una mujer, muy delgada y alta, se dirige hacia mí con una sonrisa, una ligera inclinación y con la mano extendida como si fuera a recibir algo en ella.
—Si, soy yo.
Cortésmente estrecho su mano y respondo a su inclinación y a su sonrisa.
Busco en los paneles la indicación de la rampa de salida de equipajes. La chica de la sonrisa sigue muy atenta.
—No se preocupe por su equipaje, señor Pereira, en estos momentos debe estar saliendo para su hotel, ¿me permite su mochila?
—No se moleste señorita…
—¡Oh! Disculpe por mi desconsideración, me llamo Antía, Antía Gonsalves.
Sigo algo desorientado.
—Disculpe Antía, ¿la envían del hotel a recogerme?
—No exactamente. Camino del hotel se lo explico.

Después de un breve recorrido por un pasadizo nos introducimos en un ascensor.
—Vamos a utilizar un servicio privado de suburbano. El ambiente está un poco crispado.
La sonrisa desaparece de la cara de Antía mientras pulsa una combinación en el panel.
—¿Qué es lo que ocurre Antía?
Suspira.
—Hace un tiempo aparecieron algunos corpúsculos independentistas, gente descontenta de cómo se gobernaba desde la Tierra…
Interrumpo su explicación.
—Pero esa gente fue detenida y deportada a la Luna.
—Si José, pero la semilla quedó y los pequeños corpúsculos se convirtieron en células de cuatro o cinco personas, interconectadas mediante una red superpuesta a la nuestra, algo parecido a la red Tor a principios del siglo XXI en la Tierra.

El ascensor se detiene y con él la conversación. Antía sale primero del ascensor y mira a derecha e izquierda. Observo que su mano izquierda está en su cintura presionando un pequeño bulto.
Me hace una indicación para que salga del ascensor hacia una especie de bala gigante.
Al aproximarnos, los laterales de la superbala se desplazan hacia atrás para que podamos entrar.
Me acomodado y el asiento se adapta a mi cuerpo envolviéndome y desplegando unos enormes cinturones, de lado a lado, a la altura de hombros, pecho y cadera. Antía hace lo propio mientras manipula una pantalla que parece una red de suburbano. El vehículo se desplaza por un túnel, sin ruido alguno. Es el momento de reanudar la conversación.

—Antía, ¿quién es usted?
Me mira y su sonrisa vuelve a aparecer.
—Soy su protección mientras dure su estancia en Marte.
Ahora si que estoy confundido.
—Ya me quedo más tranquilo.
No puedo evitarlo, aunque sé que la ironía no es lo mío.


Tercera parte. Exploración

Antía está en la recepción del hotel, sentada en el diván más próximo al ascensor, y se levanta tan pronto me ve.
—Buenos días José.
—Vaya, no esperaba volver a verla tan pronto.
—¿Ha descansado bien?
—Si gracias. La música ambiente del hotel es muy relajante. Sonidos de lluvia, cantos de pájaros y el mar son tranquilizadores.
—Perfecto José. —Mientras habla se dirige a la puerta. —Vamos a inspeccionar uno de sus destinos.

La sigo un par de pasos por detrás. Se desplaza rápido. La puerta del hotel se abre ante nuestra proximidad y, antes de salir, mira a derecha, izquierda, al frente, al suelo y hacía arriba. Con un gesto de su mano me pide que la siga. Su vehículo levita a unos centímetros del suelo a pocos metros. Las puertas se abren en forma de ala y nos metemos en su interior. Las sujeciones actúan al contacto de nuestros cuerpos con los asientos. Sigo en silencio intentando comprender la situación.
Antía despliega un mapa holográfico en el frontal del parabrisas y señala un punto en él y me mira. Asiento.
El vehículo se mueve. Antía me mira en silencio.

—Antía, ¿cómo sabe cuáles son mis destinos?, ¿está contratada por mi empresa?
Sonríe.
—José, además de ser su protección pertenezco a la policía de Marte.
Vaya, esto no me lo esperaba.

Me conecto a la red con mi visor para ver las características geotécnicas del cráter que vamos a visitar. En realidad, me lo sé de memoria, pero así puedo intentar asimilar lo que está ocurriendo.


El vehículo frena su marcha como si hubiera chocado con una pared invisible y la parte trasera se levanta con violencia en medio de un estallido luminoso y poco sonoro. Volcamos y volteamos varias veces. Envueltos en polvo nos detenemos contra unas rocas.
Antía reacciona.
—José, ¿Estás bien?
—Aturdido, pero bien.
Las sujeciones de seguridad han hecho su trabajo a la perfección.
Las puertas se abren y manos veloces nos liberan de los asientos y nos sacan del vehículo. Tres individuos, completamente vestidos de rojo terroso sujetan a Antía y dos más a mí. Nos inyectan algo en el cuello y nos llevan a una especie de furgón del que ya no soy capaz ni de ver el color, solo palabras inconexas y lejanas se oyen en mi cabeza.

  
Cuarta parte. Secuestro.


Parpadeo. Parece que estoy borracho. Abro los ojos y sigo inmóvil.
El furgón o lo que sea está parado. Tengo la boca tapada con una especie de cinta que se ha adherido a mi boca como una segunda piel. Las muñecas están juntas, una contra otra, unidas por otra cinta. No hay ruido en el interior del vehículo. Con mucho esfuerzo logró girar sobre mí y verifico mi soledad. Tenía la esperanza de que Antía estuviera a mi espalda todavía inconsciente.

Se oye ruido en el exterior y las puertas del furgón se abren.
—Don José, bienvenido a nuestra morada —dice una voz.
La ligera luz exterior me obliga a entrecerrar los ojos e intento hablar.
—¿Có-mo...?
—Disculpe la brusquedad de nuestra invitación, pero necesitábamos que viniera a nuestra casa y no podíamos permitirnos retrasos. —Risas retumban en la caja del furgón. —Sacadlo y dadle de comer y beber, luego llevadlo a mi despacho.
Su voz es profunda, rotunda, esa voz del que sabe mandar.


—De todo corazón le pido disculpas por las formas.
Modula la voz. Sin perder su tono de superioridad, sus palabras suenan bien.
Su despacho es un revival de un despacho de principios del siglo XX en la Tierra. Mesas y sillas de madera de nogal, algunas plumas, un abrecartas y varios utensilios de despacho más. Todo ello rodeado de estanterías repletas de libros.
—Vuelvo a pedirle disculpas por mi escasa hospitalidad, soy Joao D’Almeida y soy el líder de la rebelión que, —mira el reloj de su mesa—, se ha producido hace unos minutos. El gobierno de Marte ha caído y sus integrantes están presos por mis tropas.
Me sorprendo con mi reacción.
—¿Dónde está Antía?
Joao sonríe.
—No se preocupe, las personas que pertenecen a la seguridad del estado deben tratarse de otra forma, con más vigilancia y menos libertad de la que tiene usted.
Me paso las manos por mi cara, me froto los ojos y caigo en que no estoy atado.
—Señor D’Almeida, ¿y qué pinto yo en todo esto?
Me mira, se levanta de la silla ayudándose de sus brazos contra la mesa. Es muy mayor, ahora lo aprecio mejor. Se desplaza hacia a mí con una ligera cojera. Tiene la piel muy arrugada. Pelo canoso y muy corto; diríase que es militar. Muy delgado, parece que va a quebrarse como una rama seca. Se detiene muy cerca de mí, sonríe y habla.
—José, usted se dirigía a un lugar, donde está ahora, nuestro Cuartel General.
Durante unos segundos se calla y sus ojos se clavan en los míos como si quisiera penetrar en mi cabeza a través de ellos. Vuelve a hablar.

—Necesitamos de sus servicios profesionales, ahora trabajará para mí.



—CONTINUARÁ—